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lunes, 2 de abril de 2012

Horacio Preler




Un día de camino

Un día de camino separa la polis del imperio.
No se puede sacrificar una costumbre heroica
hacia la libertad ni el ser del ciudadano
que discute en el ágora,
el que discierne entre el triunfo o la derrota.
“Ahora que dominamos el mundo,
que hemos dado muestras de coraje,
que hemos demostrado al medo
que no pueden imponernos sus dioses;
ahora que nuestras naves son impulsadas
por un viento triunfal
y nuestra fuerza es la fuerza del orden
y no del atropello,
ponemos el orbe bajo el dominio de Atenas.
¿Serán todos invitados a la Asamblea?
¿Serán todas las rocas altas como la Acrópolis?
El imperio: el sueño del heleno.
Pero nadie puede venir desde tan lejos
a poner orden o siquiera pedir la palabra.
Hay un tiempo para cumplir
y una distancia inconmovible.”
Un día de camino separa la polis del imperio.


Horacio Preler, Buenos Aires, 1929
imagen: s/d



¿Cuál es el tiempo que nos mueve a vagar por la memoria
o creer que las palabras pueden llenar un espacio
que nuestra vida esquiva? No hay ilusiones.
El tiempo ha terminado y ahora comienza
la lenta despedida, el acometimiento de la espera,
la redención de todos los pecados.
No hay elección, las alternativas han muerto
y sólo variados recursos nos permiten enfrentar
a las sombras. Ni pesimismo ni locura
ni gestos de tristeza, es el sencillo acontecer
de las cosas. Nosotros, como objetos caducos,
vamos minando nuestra propia historia,
desfilamos como en un escenario aprendiendo
cada día el papel, representando con soltura
la alegría y la miseria del personaje absurdo
que escogimos. Quizá haya un nuevo gesto,
alguna nueva artimaña de actor con experiencia
que conoce la reacción del público. No hay mucho
que ofrecer pero hasta el final la actuación
tiene que ser heroica, ocultar que tras las lágrimas
hay otras lágrimas verdaderas, hay otra angustia,
hay una muerte real.


Horacio Preler, Buenos Aires, 1929



Alguien alguna vez hará el inventario de las cosas,
levantará papeles, abrirá los cajones de un escritorio
antiguo, revisará bibliotecas, estanterías,
muebles, aparatos usados, buscando explicación
a tanta fantasía.
Nada perdurará para dar testimonio.
Uno se lleva todo. Sus historias,
la clave de sus miedos, la lóbrega codicia,
la indiferencia, el odio,
los almanaques viejos.
Entonces encontrarán escobas en todos los rincones,
trapos de piso, humedad,
los restos de comida que han quedado en el plato.


Horacio Preler, Buenos Aires, 1929