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sábado, 2 de junio de 2012

Ricardo E. Molinari






Si pudiera olvidarme de que viví, de los hombres, de otro tiempo,
del ácido de algunos tallos, de la voz, de mi lengua extraviada en
las nubes,
¡de muchos seres que a veces no mueren con la madrugada!

No saber nada. Estar vivo, y volver los abiertos ojos a mi país, a sus
ciegas llanuras,
a sus ríos sucios, hundidos en la tierra,
donde mojé mi piel sola y la trenza escondida de mis antiguos cabellos.

Sí; si pudiera olvidarme para siempre y sin abandono,
hasta las duras e impenetrables penas, hasta un día horrible entre otros
muchos.
¡Sí, devuelto y terminado!

Pero tú, ¡oh viento majestuoso! sabes de mí, tanto como de las pequeñas
hojas salinas
que en el imperioso sur abren sus desesperados paraísos,
por el aroma seco de mi cabeza. (Que te he buscado por las transparentes
planicies, en los desiertos melancólicos,
por todo mi cuerpo, como una única y solitaria ternura.)

Quizás no signifique nada para ti –para nadie– y te vuelves sin deseo
al ver mis apretados brazos, mi so9mbra usada de la tierra
o alguna hora breve, sin asiento entre todas,
te aflige lo mismo que si estuviera muerto,
destinado sin alegría a un extenso y ofendido desencanto.
Ya no sé dónde ir, a veces quiero volver a la raíz más honda,
a los mezclados ríos humanos de la sangre
–a todo el destierro– hasta hacer temblar
las duras lenguas; a la triste gente,
y hallar el trigo naciendo con soberbias hierbas.
¡El íntimo corazón de la vida!

Y tú sueñas lejos, distraído, y meces las hojas
finas de los árboles, las cautivas ramas,
o pasas hacia el mar
los insectos cenagosos del verano,
y no puedes verme ni saber que llevo la memoria perdida,
y algunas palabras igual a una llama húmeda y enloquecida
dentro de la boca. ¡En otro mundo!

Déjame llegar a ti: que me entretenga hablándote
y pueda mirarte, como en los deshechos días,
empujar las hurañas nubes; arrear
los grandes ríos obscuros hacia el inmensurable Atlántico, y sentirte
regresar empapado, recubierto de escamas,
ronco hasta el amargo aliento.
¿A dónde huyes –solo– revuelto en tu voz, en tu cansada anchura?
Dí, te vuelves al sur a mojar la lengua, a abrir los larguísimos ojos; a
ociar viendo
los petreles jugar por el vacío; a distraerte
allá, donde la tierra se despea en otro espacio.

Te vuelves a la soledad, a las profundas bahías,
a los inmensos cielos desnudos; a ti, a unas flores. A las estrellas que
permanecen
ardiendo sobre nuestro país.

Quédate donde yo también quisiera estar dormido
y ver mis días antiguos, entre altas columnas aparejados.
Ya no sé ni quiero saber nada; te siento como toda el alma.
Algunas veces llegas hasta mis oídos igual a una larga flor del
invierno,
o un instante desaparecido de la muerte.


Ricardo E. Molinari, Buenos Aires, 1898-1996

viernes, 18 de noviembre de 2011

Ricardo E. Molinari





Una rosa de llanto...


Una rosa de llanto que gire en torno de un campo bárbaro,
donde la cara ya no sea cara por haberse quedado mirando
    un río levantado,
ni yo sepa hasta dónde llegará el desprecio.
Donde sea inútil mirar una estatua
y un árbol no sea hermoso en la columna del día.
Donde el tiempo vaya entre hojas,
dormido,
y yo no vea nada más que una luz perdida del verano.
(Nunca creí que una hoja se aburriera sobre una mesa,
que un rey pudiera morir sin una espada en la mano,
sin sentir el mundo ni la mirada de los hombres en las sienes.
Un rey...
Mañana estaré de nuevo solo, sin un amigo
que me acompañe,
sin ninguna persona cerca de mi muerte.
Me cerraré la gabardina,
y me pondré a escuchar mi reloj;
la poesía estéril que me entretiene,
la que no gusta a nadie:
¿a quién le agrada una fábula de arena,
una cavidad en el agua,
un desierto más. –Una llave en el fondo
de mi bolsillo, al encuentro de mis dedos;
el círculo con su serpiente que se muerde,
el humo de mi cigarrillo
que va saliendo por una ventana. Mi soledad,
este atardecer que trae un traje duro, y un libro
pequeño sobre una tabla.
Imágenes, papel, una botella tirada
en el mar,
como un pensamiento indiferente. ¡Ulises
apretado a un álamo!
El lamento de toda mi existencia, lo que a mí sólo me interesa;
el muro violento, la llanura, mi país,
una mujer perdida
en una plaza
llena de pescadores; el río, el oeste,
mi malhumor y un sello de correos.
La distancia de hoy, la cercanía de mañana, el vacío, toda
    mi vida inútil, presente
como un juego de copas; como un sobretodo
en un día de calor. –Cuando vuelvo,
obediente a la memoria, al temblor del ser,
a la dicha de vivir,
deseo –siempre– escoger una claridad absoluta, un cielo
    transparente
para ofrecerlo a un lugar donde el cansancio ya no sea
    cansancio, donde haya una larga estación de luz...)

Ricardo E. Molinari, Buenos Aires, 1898-1996
imagen: s/d

domingo, 6 de febrero de 2011

Ricardo E. Molinari


Poema

Ya se fueron los amigos, casi todos los amigos
y la tarde se halla
apartada y vacía,
pronto entrará el otoño
y quedarán los pájaros
con el canto sombrío,
de repente.
Quiero labrar una palabra que sobreviva
mientras miro tus manos
que me sostienen.

Siempre llegas por el sueño, limpia y lejana
y todo es infinito, silencioso.
Aquí, en este encerrado ensimismamiento
la descendida eternidad
vaga inaccesible, por el espacio.
Ya estoy cumplido de estar vivo,
he crecido hasta la vejez,
me distraigo en ausencias
y te nombro.

El tiempo esparcido
y desembarazado,
se divierte y grita
en tanta hoja verde,
con el verano.
Acá, dentro de mi corazón
te quedas aquietada.
¿Qué haría sin ti,
extraño en mi sombra recogida?
¡Oh, tiempo, ya sin vivir,
sostenido
y acabado!
¡Qué voluntad de llover trae el cielo
y cómo lo habrán mirado
las flores azules de los cardos...!
Nadie ha cambiado,
me llegan de la inmensa tarde,
como pájaros de las planicies
las despiertas imágenes de la tierra.
¡Oh, el inmóvil y lejano sueño todavía!

Ricardo E. Molinari, Buenos Aires, 1898-1996
imagen: First Sketch, Sunflowers in Snow, Casey Klahn

lunes, 17 de enero de 2011

Ricardo E. Molinari


Estas cosas

No sé, pero quizás me esté yendo de algo, de todo,
de la mañana, del olor frío de los árboles o del íntimo sabor
de mi mano.
Pero estas llamas y la lluvia bajan por la tarde del día elevadas,
con su trabajo cruel y afanoso, con el terror de la primavera
y el tiempo y la noche vanamente disueltos en su impaciencia.

Yo sé que estoy mirando, extendido, sin atender
lo que el polvo y el abandono ocultan de mi cuerpo y de mi lengua.
Una palabra, aquella sonriente y terrible de ternura,
oscurecida por la razón y el mágico envenenamiento de la nostalgia;
sedentaria huye por un campamento, llamada y perseguida permanente,
sin alguna vez, devuelta entera y desentendida
al seno ardiente de la noche, al ser mayor e indestructible de la atmósfera.
Nada queda después de la muerte definido y elevado, ni la imagen voluntariosa
sobre los pastos crecidos y ondulantes, ni el pie
atropellado que dispara de su quemada historia intacta.

Sin clamor el rostro siente el húmedo temporal, el albergue perecedero
y la flor abierta en el vacío,
sin volver los ojos, va en su rapidez disuelto
y extrañísimo.
Soy el ido, el variante del cielo,
de la calle muerta en las nubes,
su entretenimiento como un pájaro.

¡Amor, amor! una brizna del sentido,
tal vez un día donde mis labios bebieron la sangre
y todas estas nieblas azotadas e irremediables, perdidas.
Decidido, toma, ¡oh noche!, mis secos ramos y llénalos de rocío brillante
y pesado, igual al de las hojas del orgulloso y reclinado invierno.

Ricardo E. Molinari, Buenos Aires, 1898-1996


No; no me he cansado aún de pensar en ti ...

No; no me he cansado aún de pensar en ti;
de noche cuando se me queda el cuerpo sobre la tierra,
llego a tu país, allá, donde el viento sale a ventilar la arena,
a recostar en las paredes las aletas de pescado amanecidas
en la calle;
a buscarme embebecido al pie de las escaleras.

Ya no sé de ti, tal vez de nadie; sólo recuerdo que me peino
el cabello dormido, con una mano que estuvo junto a tu cuerpo.

Qué sé yo de nada. De lo que puedo ser la voz;
una hoja envenenada que se pudre en el pecho,
en otro espacio penetrante,
consumido.

4 de abril de 1933,

ya estoy deshecho de vivir un solo día, de moverme
con tu sola alma. Dios se compadezca de mí, que entro apasionado
por las venas secas de la tarde.

Ricardo E. Molinari, Buenos Aires, 1898-1996

sábado, 13 de febrero de 2010

Ricardo E. Molinari



Oda IV a la pampa

(fragmento)

Esta es mi nación, esta mi sombra, la luz de mi rostro después de la tarde.
Aquí estoy colocado, aquí yacen los míos, el ejemplo sereno y majestuoso en la vida.
Aquí lo que espere y deseé en los días espléndidos del veranos:
aquí, entre las lluvias y las espesas neblinas de las estaciones húmedas y anochecidas,
que los soplos del Atlántico frío aventan y sostienen
sobre las abiertas y lejanísimas planicies.
Aquí, distraído, sigo las pesadas y rotas nubes, los pájaros, el viento que lleva y desata
el polvo carnoso y errabundo en los pastos brillantes,
y agita ociosamente, abandonados y movedizos.

Aquí el amor, la luna, la noche y los caballos, y el miedo ancestral, repetido
y asombroso. El tiempo que huye llameante y estruja
nuestros ojos,
y nos deja las manchas veladas del penetrante sol en la piel desnuda, en las manos,
como en una fruta recia y vacía.¡Atardecer, garza voladora!

Ricardo E. Molinari, Buenos Aires, 1898-1996
imagen:


Elegía

Estoy encerrado en mi país y tengo hastío, horror desesperado;
nada me solaza, entretiene, sólo el campo es alto, inmenso, victorioso y leve
como la sombra de las nubes sobre las tejas rojas de mi casa.

Crece la muerte y ando distante de mí soñado junto a unos árboles
que el viento ligeramente frío de abril hace vacilar,
y en las interminables brumas de la conciencia, las horrendas desveladas;
en la pobre lumbre que busca su expurgación por el ardido espacio vacío,
que recoge y desmorona y teje el inútil polvo brillante en otro,
tal vez sereno o subido.

El otoño arrolla estas hojas movedizas,
y miro la lejana tarde,
el sol en su ahogado y fuerte fuego profundo,
en el ávido y deshecho horizonte, limpio y entrañable.
Canta un pájaro y acucia la noche, amado y monótono,
en la rama más grande y baja del día.

Y aprieta el otoño.

Ricardo E. Molinari, Buenos Aires, 1898-1996