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miércoles, 25 de abril de 2012

T. S. Eliot






            El señó Kurtz — muerto

            Un penique para el viejo Guy


I

Somos los hombres huecos
Somos los hombres rellenos
Inclinados juntos
Rellena de paja la cabeza. ¡Ay!
Nuestras voces desecadas, cuando
Susurramos juntos
Son silenciosas y sin sentido
Como el viento en el pasto seco
O las patas de ratas sobre el vidrio roto
De nuestro sótano seco

Figura sin forma, sombra sin color,
Fuerza paralizada, gesto sin movimiento;

Aquellos que han cruzado
Con mirada frontal hasta el otro Reino de la muerte
Nos recuerdan —si lo hacen— no como violentas
Almas perdidas, sino sólo
Como los hombres huecos
Los hombres rellenos.


II

Ojos que no me animo a enfrentar en sueños
En el reino de sueño de la muerte
Esos no aparecen:
Allí los ojos son
La luz del sol en una columna rota
Allí hay un árbol que se mece
Y las voces
En el canto del viento
Son más lejanas y solemnes
Que una estrella desvaneciente.

Que yo no me acerque más
En el reino de sueño de la muerte
Que use yo también
Esos disfraces deliberados
Piel de rata, piel de cuervo, palos cruzados
En un campo
Portándome como se porta el viento
No me acerque más —

No ese encuentro final
En el reino en penumbras


III

Esta es la tierra muerta
Esta es la tierra del cactus
Aquí se levantan las imágenes
de piedra, aquí reciben
La súplica de la mano de un muerto
Bajo el parpadeo de una estrella desvaneciente.

Es así
En el otro reino de la muerte
Despertando solos
A la hora en que estamos
Temblando de ternura
Labios que besarían
Forjan rezos para la piedra rota.


V

Los ojos no están aquí
No hay ojos aquí
En este valle de estrellas murientes
En este valle hueco
Esta mandíbula rota de nuestros reinos perdidos

En este último de los lugares de encuentro
Vamos a tientas juntos
Y evitamos hablar
Reunidos en esta playa del río crecido

Ciegos, a menos
Que los ojos reaparezcan
Como la estrella perpetua
La rosa multifoliada
Del reino en penumbras de la muerte
La esperanza solamente
De hombres vacíos.


V

Aquí damos vueltas al nopal
Al nopal, al nopal
Aquí damos vueltas al nopal
A las cinco de la mañana.

Entre la idea
Y la realidad
Entre el movimiento
Y el acto
Cae la Sombra

                        Porque Tuyo es el Reino

Entre la concepción
Y la creación
Entre la emoción
Y la respuesta
Cae la Sombra

                        La vida es muy larga

Entre el deseo
Y el espasmo
Entre la potencia
Y la existencia
Entre la esencia
Y el descenso
Cae la Sombra

                        Porque Tuyo es el Reino

Porque Tuyo es
La vida es
Porque Tuyo es el

Así es como acaba el mundo
Así es como acaba el mundo
Así es como acaba el mundo
No con una explosión sino un gimoteo.


Thomas Stearn Eliot, St. Louis, Missouri, 1888 - Londres, 1965
versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


The Hollow Men

Mistah Kurtz—he dead

            A penny for the Old Guy

I

We are the hollow men
We are the stuffed men
Leaning together
Headpiece filled with straw. Alas!
Our dried voices, when
We whisper together
Are quiet and meaningless
As wind in dry grass
Or rats’ feet over broken glass
In our dry cellar

Shape without form, shade without colour,
Paralysed force, gesture without motion;

Those who have crossed
With direct eyes, to death’s other Kingdom
Remember us —if at all— not as lost
Violent souls, but only
As the hollow men
The stuffed men.

II

Eyes I dare not meet in dreams
In death’s dream kingdom
These do not appear:
There, the eyes are
Sunlight on a broken column
There, is a tree swinging
And voices are
In the wind’s singing
More distant and more solemn
Than a fading star.

Let me be no nearer
In death’s dream kingdom
Let me also wear
Such deliberate disguises
Rat’s coat, crowskin, crossed staves
In a field
Behaving as the wind behaves
No nearer —

Not that final meeting
In the twilight kingdom

III

This is the dead land
This is cactus land
Here the stone images
Are raised, here they receive
The supplication of a dead man’s hand
Under the twinkle of a fading star.

Is it like this
In death’s other kingdom
Waking alone
At the hour when we are
Trembling with tenderness
Lips that would kiss
Form prayers to broken stone.

IV

The eyes are not here
There are no eyes here
In this valley of dying stars
In this hollow valley
This broken jaw of our lost kingdoms

In this last of meeting places
We grope together
And avoid speech
Gathered on this beach of the tumid river

Sightless, unless
The eyes reappear
As the perpetual star
Multifoliate rose
Of death’s twilight kingdom
The hope only
Of empty men.

V

Here we go round the prickly pear
Prickly pear prickly pear
Here we go round the prickly pear
At five o’clock in the morning.

Between the idea
And the reality
Between the motion
And the act
Falls the Shadow
                                For Thine is the Kingdom

Between the conception
And the creation
Between the emotion
And the response
Falls the Shadow
                                Life is very long

Between the desire
And the spasm
Between the potency
And the existence
Between the essence
And the descent
Falls the Shadow
                                For Thine is the Kingdom

For Thine is
Life is
For Thine is the

This is the way the world ends
This is the way the world ends
This is the way the world ends
Not with a bang but a whimper.


lunes, 28 de febrero de 2011

T. S. Eliot


Retrato de una dama

Has cometido —
fornicación: pero fue en otro país
y, además, la muchacha ha muerto.
— Marlowe, El judío de Malta [IV, 1]


I

Entre el humo y la niebla de una tarde de diciembre
dejas que la escena se arme sola —como ha de parecer—
con un “He reservado esta tarde para usted”;
y cuatro velas tenues en la sala oscurecida,
cuatro círculos de luz dibujándose en el techo,
un atmósfera de tumba de Julieta
preparada para todas las cosas a decir, o no decir.
Fuimos, digamos, a escuchar al polaco de moda
transmitir los Preludios, por el cabello y los dedos.
“Tan íntimo, este Chopin, que creo que su alma
debería resucitar sólo entre amigos,
dos o tres, que no tocaran la frescura
manoseada y cuestionada en las salas de concierto.”
— Y la charla así va derivando
entre deseos vacíos y lamentos elegidos con cuidado
sobre un fondo de atenuados tonos de violines
mezclados con débiles cornetas,
y comienza.

“No sabé cuánto significan mis amigos para mí,
y qué raro, qué raro y extraño es encontrar,
en una vida hecha de tantos, tantos fragmentos
(y eso por supuesto no me gusta... ¿lo sabía? ¡Usted no es ciego!
¡Es tan perceptivo!),
encontrar un amigo que tenga esas cualidades,
que tenga y ofrezca
esas cualidades de las que vive la amistad.
Cuánto significa para mí decirle esto...
sin esas amistades... la vida, ¡qué cauchemar!”

Entre el devaneo de los violines
y los solos fugaces
de cornetas entrecortadas,
un sordo tambor en mi cerebro
empieza a martillear absurdamente
su propio preludio,
caprichoso y monocorde,
que es al menos una clara, definida “nota falsa”.
— Tomemos aire, en un trance de tabaco,
admiremos los monumentos,
discutamos los últimos sucesos,
pongamos en hora nuestro reloj con un reloj de la calle
y sentémonos un rato a tomar nuestra cerveza.

II

Ahora que las lilas están en flor
tiene un jarrón de lilas en la sala
y gira con los dedos una lila mientras habla.
“Ah, amigo mío, usted no sabe, usted no sabe
lo que es la vida, debería retenerla entre sus manos”;
(girando lentamente cada tallo)
“La deja fluir de usted, la deja fluir,
y la juventud es cruel, y no tiene remordimientos
y se ríe de las cosas que no puede ver.”
Yo sonrío, por supuesto,
y sigo tomando el té.
“Pero con estos atardeceres de abril, que por alguna razón
me traen a la memoria mi vida enterrada, y París en primavera,
me siento inmensamente en paz, y encuentro que el mundo
es espléndido y joven, después de todo.”

La voz prosigue como el terco disonar
de un violín roto, en una tarde de agosto:
“Siempre estoy segura de que usted
entiende mis sentimientos, segura de que siente,
de que tiende su mano, al otro lado del abismo.

Usted es invulnerable, no tiene talón de Aquiles.
Seguirá avanzando, y cuando haya triunfado
podrá decir: en este punto muchos fracasaron.

¿Pero qué tengo yo, qué tengo yo que ofrecerle,
amigo mío, qué puede usted recibir de mí?
Sólo la amistad y la comprensión
de alguien que se acerca al final del camino.

Yo estaré sentada aquí, sirviendo el té a los amigos...”

Tomo el sombrero: ¿cómo compensar cobardemente
lo que ella me dijo?
Me verán en el parque, de mañana,
leyendo los chistes y la página deportiva.
Observo en particular:
una condesa inglesa sube al escenario,
matan a un griego en un baile de polacos,
otro estafador de bancos que confiesa.
Mantengo la compostura, el dominio de mí mismo,
excepto cuando un organillo, mecánico y cansado,
reitera una gastada tonada popular
con aroma a jacintos del jardín,
evocando cosas que otros han deseado.
¿Están bien o están mal estas ideas?

III

Cae la noche de octubre; regreso igual que antes
excepto por una leve sensación de incomodidad,
subo la escalera y giro el picaporte
y siento como si hubiera subido a gatas.
“Así que se está yendo al extranjero... ¿Y cuándo vuelve?
Pero esa pregunta no tiene sentido.
Difícilmente sepa cuándo volverá,
hallará tanto que ver...”
Mi sonrisa cae de golpe entre los adornos.

“Quizás me pueda escribir.”
Mi aplomo se reaviva por un instante;
esto es lo que esperaba.

“Me estuve preguntando con frecuencia últimamente
(¡pero el principio jamás sabe el final!)
por qué no hemos llegado a ser amigos.”
Yo me siento como alguien que sonríe, y al volverse
observa de repente su expresión en un espejo.
Mi aplomo se desvanece; estamos verdaderamente a oscuras.

“Porque todos lo decían, todos nuestros amigos,
¡todos estaban seguros de que nuestros sentimientos
nos unirían tanto! Yo misma apenas si lo entiendo.
Ahora debemos dejárselo al destino.
Me escribirá, al menos.
Quizás no sea demasiado tarde.
Yo estaré sentada aquí, sirviendo el té a los amigos.”
Y yo debo adoptar una forma diferente cada vez
para hallar expresión... bailar, bailar
como un oso bailarín,
chillar como un loro, parlotear como un mono.
Tomemos aire, en un trance de tabaco —

¡Bien! ¿Y si ella muriera una tarde,
una tarde gris y neblinosa, un anochecer amarillento y rosa;
si muriese dejándome sentado pluma en mano
con la niebla que baja a los tejados;
dudando, por un buen rato,
sin saber qué sentir o si comprendo
o si soy sagaz o necio, tarde o muy temprano...
no llevaría ella la ventaja, al fin y al cabo?
La música concluye con una “cadencia moribunda”,
ya que hablamos de morir —
¿Y tendría yo derecho a sonreír?

Thomas Stearn Eliot, St. Louis, Missouri, 1888 - Londres, 1965
versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d



Portrait of a lady


Thou hast committed —
fornication: but that was in another country
and besides, the wench is dead.
—Marlowe, The Jew of Malta [IV, 1]


I

Among the smoke and fog of a December afternoon
You have the scene arrange itself —as it will seem to do—
With “I have saved this afternoon for you”;
And four wax candles in the darkened room,
Four rings of light upon the ceiling overhead,
An atmosphere of Juliet’s tomb
Prepared for all the things to be said, or left unsaid.
We have been, let us say, to hear the latest Pole
Transmit the Preludes, through his hair and finger-tips.
“So intimate, this Chopin, that I think his soul
Should be resurrected only among friends
Some two or three, who will not touch the bloom
That is rubbed and questioned in the concert room.”
—And so the conversation slips
Among velleities and carefully caught regrets
Through attenuated tones of violins
Mingled with remote cornets
And begins.

“You do not know how much they mean to me, my friends,
And how, how rare and strange it is, to find
In a life composed so much, so much of odds and ends,
(For indeed I do not love it ... you knew? you are not blind!
How keen you are!)
To find a friend who has these qualities,
Who has, and gives
Those qualities upon which friendship lives.
How much it means that I say this to you—
Without these friendships—life, what cauchemar!”

Among the windings of the violins
And the ariettes
Of cracked cornets
Inside my brain a dull tom-tom begins
Absurdly hammering a prelude of its own,
Capricious monotone
That is at least one definite “false note.”
—Let us take the air, in a tobacco trance,
Admire the monuments
Discuss the late events,
Correct our watches by the public clocks.
Then sit for half an hour and drink our bocks.

II

Now that lilacs are in bloom
She has a bowl of lilacs in her room
And twists one in her fingers while she talks.
“Ah, my friend, you do not know, you do not know
What life is, you should hold it in your hands”;
(Slowly twisting the lilac stalks)
“You let it flow from you, you let it flow,
And youth is cruel, and has no remorse
And smiles at situations which it cannot see.”
I smile, of course,
And go on drinking tea.
“Yet with these April sunsets, that somehow recall
My buried life, and Paris in the Spring,
I feel immeasurably at peace, and find the world
To be wonderful and youthful, after all.”

The voice returns like the insistent out-of-tune
Of a broken violin on an August afternoon:
“I am always sure that you understand
My feelings, always sure that you feel,
Sure that across the gulf you reach your hand.

You are invulnerable, you have no Achilles’ heel.
You will go on, and when you have prevailed
You can say: at this point many a one has failed.

But what have I, but what have I, my friend,
To give you, what can you receive from me?
Only the friendship and the sympathy
Of one about to reach her journey’s end.

I shall sit here, serving tea to friends....”

I take my hat: how can I make a cowardly amends
For what she has said to me?
You will see me any morning in the park
Reading the comics and the sporting page.
Particularly I remark An English countess goes upon the stage.
A Greek was murdered at a Polish dance,
Another bank defaulter has confessed.
I keep my countenance, I remain self-possessed
Except when a street piano, mechanical and tired
Reiterates some worn-out common song
With the smell of hyacinths across the garden
Recalling things that other people have desired.
Are these ideas right or wrong?

III

The October night comes down; returning as before
Except for a slight sensation of being ill at ease
I mount the stairs and turn the handle of the door
And feel as if I had mounted on my hands and knees.

“And so you are going abroad; and when do you return?
But that’s a useless question.
You hardly know when you are coming back,
You will find so much to learn.”
My smile falls heavily among the bric-à-brac.

“Perhaps you can write to me.”
My self-possession flares up for a second;
This is as I had reckoned.

“I have been wondering frequently of late
(But our beginnings never know our ends!)
Why we have not developed into friends.”
I feel like one who smiles, and turning shall remark
Suddenly, his expression in a glass.
My self-possession gutters; we are really in the dark.

“For everybody said so, all our friends,
They all were sure our feelings would relate
So closely! I myself can hardly understand.
We must leave it now to fate.
You will write, at any rate.
Perhaps it is not too late.
I shall sit here, serving tea to friends.”

And I must borrow every changing shape
To find expression ... dance, dance
Like a dancing bear,
Cry like a parrot, chatter like an ape.
Let us take the air, in a tobacco trance—

Well! and what if she should die some afternoon,
Afternoon grey and smoky, evening yellow and rose;
Should die and leave me sitting pen in hand
With the smoke coming down above the housetops;
Doubtful, for quite a while
Not knowing what to feel or if I understand
Or whether wise or foolish, tardy or too soon...
Would she not have the advantage, after all?
This music is successful with a “dying fall”
Now that we talk of dying—
And should I have the right to smile?

lunes, 20 de diciembre de 2010

T. S. Eliot


El viaje de los Reyes Magos

“Una fría jornada la que tuvimos,
justo la peor época del año
para un viaje, y un viaje tan largo:
los caminos recónditos y el aire que cortaba,
lo más crudo del invierno.”
Y los camellos molestos, reacios, las patas lastimadas,
echados en la nieve que se fundía.
Hubo momentos en que añoramos
los palacios de verano en las laderas, las terrazas,
y las jóvenes delicadas trayéndonos refrescos.
Los camelleros gruñendo y maldiciendo, además,
y desertando, ansiosos de licor y de mujeres,
y las hogueras nocturnas que se apagaban, y la falta de refugios,
y las ciudades hostiles y los pueblos inhóspitos
y las aldeas sucias que cobraban precios altos:
una fría jornada la que tuvimos.
Al final preferimos viajar la noche entera,
durmiendo de a ratos,
con las voces zumbando en nuestros oídos, diciéndonos
que aquello era todo una locura.

Entonces, al alba, bajamos a un valle templado,
húmedo, bajo las nieves perpetuas, oliendo a vegetación,
con un arroyo que corría y un molino de agua acompasando la oscuridad,
y tres árboles recortados contra el cielo
y un viejo caballo blanco alejándose al galope por el prado.
Llegamos luego a una taberna con hojas de parra sobre el dintel,
seis manos en una puerta abierta jugando a los dados por piezas de plata,
y pies que pateaban odres vacíos.
Pero no obtuvimos ninguna información, y entonces seguimos
y al caer la noche, ya casi tarde,
hallamos el sitio; fue (podría decirse) satisfactorio.

Todo eso, recuerdo, fue hace mucho,
y lo haría de nuevo, pero anotad
esto, anotad
esto: ¿fuimos guiados tan lejos
a un Nacimiento o una Muerte? Hubo un Nacimiento, ciertamente,
tuvimos sin duda prueba de ello. Yo había visto nacimientos y muertes,
pero había pensado que eran diferentes; este Nacimiento
fue una amarga y dura agonía para nosotros, como la Muerte, nuestra muerte.
Volvimos a nuestro hogar, estos Reinos,
pero ya no más a gusto aquí, con el viejo orden,
con un pueblo extraño aferrándose a sus dioses.
Me pondría contento de otra muerte.

Thomas Stearn Eliot, St. Louis, Missouri, 1888 - Londres, 1965
versión © Gerardo Gambolini
imagen: Gustave Doré, Les rois mages guidés par l’etoile (1865)



Journey of the Magi

“A cold coming we had of it,
Just the worst time of the year
For a journey, and such a journey:
The ways deep and the weather sharp,
The very dead of winter.”
And the camels galled, sore-footed, refractory,
Lying down in the melting snow.
There were times we regretted
The summer palaces on slopes, the terraces,
And the silken girls bringing sherbet.
Then the camel men cursing and grumbling
And running away, and wanting their liquor and women,
And the night-fires going out, and the lack of shelters,
And the cities hostile and the towns unfriendly
And the villages dirty and charging high prices:
A hard time we had of it.
At the end we preferred to travel all night,
Sleeping in snatches,
With the voices singing in our ears, saying
That this was all folly.

Then at dawn we came down to a temperate valley,
Wet, below the snow line, smelling of vegetation;
With a running stream and a water-mill beating the darkness,
And three trees on the low sky,
And an old white horse galloped away in the meadow.
Then we came to a tavern with vine-leaves over the lintel,
Six hands at an open door dicing for pieces of silver,
And feet kicking the empty wine-skins.
But there was no imformation, and so we continued
And arrived at evening, not a moment too soon
Finding the place; it was (you may say) satisfactory.

All this was a long time ago, I remember,
And I would do it again, but set down
This set down
This: were we led all that way for
Birth or Death? There was a Birth, certainly,
We had evidence and no doubt. I had seen birth and death,
But had thought they were different; this Birth was
Hard and bitter agony for us, like Death, our death.
We returned to our places, these Kingdoms,
But no longer at ease here, in the old dispensation,
With an alien people clutching their gods.
I should be glad of another death.

lunes, 31 de mayo de 2010

T. S. Eliot


La canción de amor de J. Alfred Prufrock

S’io credesi che mi risposta fosse
a persona che mai tornasse al mondo
questa fiamma staria senza piú scosse.
Ma per ció che giammai di questo fondo
non tornó vivo alcun, s’i’odo il vero,
senza tema d’infamia ti rispondo.


Vayamos entonces, tú y yo,
cuando la tarde se tienda sobre el cielo
como un paciente anestesiado en una mesa;
vayamos, por esas calles semidesiertas,
los retiros rumorosos de noches agitadas
en hoteles baratos de una noche
y fondas de aserrín y ostras vacías:
calles que siguen como una discusión
insidiosa y aburrida
para llevarte a una pregunta abrumadora...
Oh, no preguntes “¿Qué sucede?”
Vayamos, y hagamos la visita.

En la sala, las mujeres van y vienen
hablando de Miguel Ángel.

La niebla amarillenta que restriega su lomo en las ventanas,
el humo amarillento que restriega su hocico en las ventanas
lamió las esquinas del ocaso,
se demoró en los charcos de los desagües,
dejó caer en su lomo el hollín que cae de las chimeneas,
trepó a la azotea, dio un salto repentino
y viendo que era una plácida noche de octubre,
se enroscó contra la casa y se durmió.

Y habrá tiempo, seguro,
para el humo amarillento que vaga por la calle
frotándose el lomo en las ventanas;
habrá tiempo, habrá tiempo
de adoptar una cara para enfrentar las caras que enfrentas;
habrá tiempo para matar y crear,
y tiempo para todos los trabajos y los días
de manos que levantan y arrojan en tu plato una pregunta;
tiempo para ti y tiempo para mí,
y tiempo aún para cien indecisiones,
y para cien visiones y revisiones,
antes que llegue la hora del té.

En la sala, las mujeres van y vienen
hablando de Miguel Ángel.

Y habrá tiempo, seguro,
para preguntar “¿Me atrevo?” y “¿Me atrevo?”
tiempo para dar media vuelta y bajar la escalera,
con un claro de calva en mi cabeza —
(“¡Cómo le está raleando el pelo!”, dirán)
Mi levita, mi cuello subiendo con firmeza a la barbilla,
mi corbata sobria y fina, pero con un prendedor sencillo —
(“¡Cómo tiene de flacos los brazos y las piernas!”, dirán)
¿Me atrevo
a perturbar el universo?
En un minuto hay tiempo
para decisiones y revisiones que un minuto anulará.

Pues ya las conozco todas, las he conocido todas —
he conocido las noches, las mañanas y las tardes,
he medido mi vida con cucharas de café;
conozco las voces que se apagan con una cadencia moribunda
bajo la música de un cuarto distante.
¿Cómo animarme, entonces?

Y ya conocí los ojos, los he conocido todos —
los ojos que te encasillan en un enunciado,
y cuando esté encasillado, despatarrado en un alfiler,
cuando esté clavado y retorciéndome en la pared,
¿cómo empezar a escupir
todas las colillas de mis días y maneras?
¿Y cómo animarme?

Y ya conocí los brazos, los he conocido todos —
brazos con pulseras y blancos y desnudos
(¡pero a la luz de la lámpara, cubiertos de vello claro!)
¿Es perfume de un vestido
lo que me hace divagar?
Brazos que se apoyan en la mesa, o se envuelven en un chal.
¿Debería, entonces, animarme?
¿Y cómo tendría que empezar?

. . . . . .

¿Diré que anduve por calles estrechas al caer la tarde
viendo el humo que sube de las pipas
de hombres solitarios
asomados a ventanas en mangas de camisa? ...

Yo tendría que haber sido un par de pinzas dentadas
correteando por el fondo de mares silenciosos.

. . . . . .

¡Y la tarde, el anochecer, duerme tan plácidamente!
Acariciada por largos dedos,
dormida... cansada... o haciéndose la enferma,
tendida en el piso, aquí junto a ti y a mí.
¿Debería yo tener, después del té, las masas, los helados,
la fuerza para llevar el momento hasta su crisis?
Pero aunque he llorado y ayunado, llorado y rezado,
aunque he visto mi cabeza (ya ligeramente calva) sobre una bandeja,
yo no soy ningún profeta — ni éste es un asunto trascendente;
he visto vacilar el momento de mi grandeza,
y he visto al eterno Lacayo tomar mi abrigo,
y reír por lo bajo,
y, en resumen, tuve miedo.

¿Y habría valido la pena, después de todo,
después de las tazas, la mermelada, el té,
entre la porcelana, entre un poco de charla sobre ti y sobre mí,
habría valido la pena
haber clavado el diente en la cuestión, con una sonrisa,
haber comprimido el universo en una bola
para arrojarla a una pregunta abrumadora,
decir: “Yo soy Lázaro, venido de entre los muertos,
vuelto para decirles todo, les diré todo” —
si una, apoyando la cabeza en un cojín,
dijera: “Eso no es lo que esperaba, en absoluto.
No lo es, en absoluto” ?

¿Y habría valido la pena, después de todo,
habría valido la pena,
después de las puestas y los jardines y de las calles regadas,
después de las novelas, las tazas de té, después de las faldas
que arrastran por el suelo —
y de esto, y mucho más?
¡Es imposible decir exactamente lo que quiero!
salvo como una linterna mágica que proyectara los nervios en segmentos
sobre una pantalla:
¿habría valido la pena
si una, acomodando una almohada o quitándose un chal
y mirando a la ventana, dijera:
“No lo es, en absoluto.
Eso no es lo que esperaba, en absoluto.” ?

. . . . . .

¡No! No soy el príncipe Hamlet, ni tenía por qué serlo;
soy un noble del séquito, uno que servirá
para engrosar una comitiva, iniciar alguna escena,
aconsejar al monarca; un instrumento fácil, sin duda,
respetuoso, contento de ser útil,
político, cauto, meticuloso;
de hablar florido, pero algo obtuso;
a veces, por cierto, casi ridículo —
a veces, casi, el bufón.

Envejezco... envejezco...
Usaré enrolladas las botamangas del pantalón.

¿Deberé peinarme con la raya atrás? ¿Me atreveré a comer un durazno?
Usaré pantalones blancos de franela, y pasearé por la playa.
He oído a las sirenas cantándose entre sí.

No creo que ellas canten para mí.

Las he visto cabalgar en las olas mar adentro
peinando el pelo blanco de las olas echado atrás por el viento
cuando el viento sopla el agua blanca y negra.

Nos hemos demorado en las cámaras del mar
adornados por sirenas con coronas de algas rojas y castañas
hasta que voces humanas nos despiertan, y nos ahogamos.

Thomas Stearns Eliot, St. Louis, Missouri, 1888 - Londres, 1965
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: T. S. Eliot, s/d


[Nota: Contrariando el hábito de este blog, se omite el original inglés, dada la extensión del poema. Entre muchos otros sitios, el original puede consultarse en http://www.bartleby.com/198/1.html - El Editor ]

lunes, 12 de abril de 2010

T. S. Eliot


Preludios

I

La tarde de invierno se asienta
con olor a bife en los pasajes.
Son las seis.
Las colillas apagadas de días anodinos.
Y un ventoso chaparrón envuelve ahora
los desechos mugrientos de hojas secas
y diarios de los baldíos alrededor de tus pies;
los aguaceros golpean
contra persianas rotas y caños de chimeneas,
y en la esquina de la calle
el solitario caballo de un coche de alquiler
resopla y patea.
Y las luces se empiezan a encender.

II

La mañana recobra la conciencia
de olores algo rancios de cerveza
que vienen de la calle con aserrín pisoteado
por pies embarrados
que corren a tempranos puestos de café.
Con las otras mascaradas
que el tiempo reanuda,
uno piensa en las manos
que están levantando persianas miserables
en un millar de cuartos de alquiler.

III

Arrojaste una manta de la cama,
te echaste de espaldas, y esperaste;
dormitaste, y observaste la noche
revelar las mil sórdidas imágenes
que componían tu alma;
parpadeaban contra el cielo raso.
Y cuando el mundo entero volvió
y la luz trepó entre los postigos
y oíste a los gorriones en los desagües,
tuviste una visión de la calle
que la calle no llega a comprender;
sentada en el borde de la cama,
te rizabas el pelo con papel,
o con ambas manos sucias
te tomabas la amarilla planta de los pies.

IV

Su alma estirada tensamente por los cielos
que se esfuman detrás de una manzana de la ciudad,
o pisoteada por obstinados pies
a las cuatro, las cinco y las seis;
y cuadrados dedos cortos llenando pipas,
y diarios de la tarde, y ojos seguros
de ciertas certezas,
la conciencia de una calle oscurecida
impaciente por suponer el mundo.

Me conmueven las fantasías que se devanan
alrededor de estas imágenes, y se aferran:
la idea de algo infinitamente tierno
sufriendo infinitamente.

Pásate la mano por la boca y ríe:
los mundos dan vueltas como ancianas
recogiendo qué quemar en los baldíos.

Thomas Stearns Eliot, St. Louis, Missouri, 1888 - Londres, 1965
versión © Gerardo Gambolini
imagen: Patrick Heron, T. S. Eliot, 1949


Preludes

I


The winter evening settles down
With smell of steaks in passageways.
Six o'clock.
The burnt-out ends of smoky days.
And now a gusty shower wraps
The grimy scraps
Of withered leaves about your feet
And newspapers from vacant lots;
The showers beat
On broken blinds and chimneypots,
And at the corner of the street
A lonely cab-horse steams and stamps.
And then the lighting of the lamps.

II

The morning comes to consciousness
Of faint stale smells of beer
From the sawdust-trampled street
With all its muddy feet that press
To early coffee-stands.

With the other masquerades
That time resumes,
One thinks of all the hands
That are raising dingy shades
In a thousand furnished rooms.

III

You tossed a blanket from the bed,
You lay upon your back, and waited;
You dozed, and watched the night revealing
The thousand sordid images
Of which your soul was constituted;
They flickered against the ceiling.
And when all the world came back
And the light crept up between the shutters,
And you heard the sparrows in the gutters,
You had such a vision of the street
As the street hardly understands;
Sitting along the bed's edge, where
You curled the papers from your hair,
Or clasped the yellow soles of feet
In the palms of both soiled hands.

IV

His soul stretched tight across the skies
That fade behind a city block,
Or trampled by insistent feet
At four and five and six o'clock;
And short square fingers stuffing pipes,
And evening newspapers, and eyes
Assured of certain certainties,
The conscience of a blackened street
Impatient to assume the world.

I am moved by fancies that are curled
Around these images, and cling:
The notion of some infinitely gentle
Infinitely suffering thing.

Wipe your hand across your mouth, and laugh;
The worlds revolve like ancient women
Gathering fuel in vacant lots.