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lunes, 14 de enero de 2013

Lawrence Durrell






Por fin los verdaderos días de verano,
cuando, desde el baile de la fragua roja,
el sol herrero forja
nuevos arietes para la carne,
desde la negra armería
acero para nuevo pedernal.

No escucharé nada que entristezca. La estación
yace abierta como una mujer, acumulando,
secreta, madurez a madurez. El deseo, un higo negro,
es arrancado otra vez del vientre de la razón.
Nuestro verano está grueso, grávido por fin.

Todos vosotros, que conocéis el deseo en estos mares,
reclinad ahora como los frutos
el alma o los avíos para la soledad. Las Hespérides
se abren. Esto es el limbo, el mar en calma.
Sellad el ojo de vuestros cíclopes,
silenciad el tambor del Tiempo.


Lawrence Durrell, Jalandhar, India, 1912 – Sommières, Francia, 1990
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Citadela de Corfú, por Edward Lear


Summer in Corfu

At last the serious days of summer,
When from the red forge dancing,
The blacksmith sunshine hammers
New beaks for the flesh,
From the black mint
Steel for new flint.

State me no theme for misery. The season
Like a woman lies open, is folding,
Secret, growth upon growth. The black fig
Desire is torn again from the belly of reason
Our summer is gravid at last, is big.

All you, who know desire in these seas,
Have souls or equipment for loneliness, loneliness,
Lean now like fruitage. The Hesperides
Open. This is the limbo, the doldrum.
Seal down the eye of your cyclops,
Silence Time's drum.


sábado, 22 de diciembre de 2012

Lawrence Durrell







[...] Retrocedo paso a paso en el camino del recuerdo para llegar a la ciudad donde vivimos todos un lapso tan breve, la ciudad que se sirvió de nosotros como si fuéramos su flora, que nos envolvió en conflictos que eran suyos y creímos equivocadamente nuestros, la amada Alejandría.

[...] Alejandría es el más grande lagar del amor; escapan de él los enfermos, los solitarios, los profetas, es decir, todos los que han sido profundamente heridos en su sexo.

[...] “Con una mujer sólo se pueden hacer tres cosas”, dijo Clea en una ocasión: “Quererla, sufrir o hacer literatura.”

[...] “Esta intimidad no debe ir más lejos, pues hemos agotado ya todas sus posibilidades en la imaginación; y lo que terminaremos por descubrir, más allá de los sombríos colores de la sensualidad, es una amistad tan profunda que seremos esclavos uno del otro para siempre.” Era, si se quiere, el coqueteo de dos espíritus prematuramente extenuados por la experiencia  [...]

[...] Le asombrará si le digo que siempre he visto en Justine una especie de grandeza. Como usted sabe, hay ciertas formas de grandeza que si no se aplican al arte o a la religión, hacen estragos en la vida corriente de los hombres. El error está en que Justine consagró sus dones al amor. Es cierto que en muchos casos ha sido mala, pero en ninguna de ellos la actitud tenía importancia. Tampoco puedo decir que nunca haya hecho daño a nadie. Pero los perjudicados han salido ganando. Los arrancó de sí mismos. Era forzoso que sufrieran, y muchos no han comprendido la naturaleza del dolor que ella les infligía. Yo sí.

[...] Su corazón está reseco y sólo le han quedado los cinco sentidos como los fragmentos de un vaso roto.

[...] Me dio la impresión de que trataba de mostrar una serie de crueles caricaturas de sí misma, pero esto es habitual en los solitarios, convencidos de que su verdadera personalidad no puede encontrar correspondencia en nadie.

[...] En cierto modo Justine no buscaba la vida, sino una revelación integradora que pudiera darle un sentido.

[...] Como todos los seres amorales, está en el límite de la Diosa.

[...] Todos buscamos motivos racionales para creer en el absurdo.

[...] Las grandes religiones no hacen más que establecer una larga lista 
de prohibiciones [...] En nuestra Cábala decimos: Cede al deseo, pero refinándolo.

[...] Con la institución del matrimonio se ha legitimizado la desesperanza.

[...] Las palabras que dicen los amantes en esos momentos están cargadas de emociones que todo lo deforman. Sólo sus silencios tienen la cruel precisión que los devuelve a la verdad.

[...] Quiero exponer los hechos, sencilla y crudamente, sin ningún estilo, sin yeso ni jalbegue; grabar directamente el retrato de Justine en el muro, dejando como fondo, sin cubrir, las piedras de la angustia.


Lawrence Durrell, Jalandhar, India, 1912 – Sommières, Francia, 1990
Traducción de Aurora Bernárdez
Justine - El cuarteto de Alejandría - Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1960